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Día de las Catedrales

17.10.2011

Por tercer año consecutivo las ciudades de la Red de Ciudades Catedralicias celebramos el DÍA DE LAS CATEDRALES. Nuestra intención es que hoy sea un día festivo para todos, un día para mostrar nuestro orgullo de poseer una catedral en nuestra ciudad, un día para disfrutar y conocer las catedrales.

No cabe duda alguna de que sin catedral, nuestra ciudad no sería la misma ciudad que hoy conocemos y en la que desarrollamos nuestra vida diaria; sería una ciudad bien distinta. Muy diferente habría sido también su pasado y, por tanto, otro sería su presente.

La gran mole de piedra está ahí desde hace siglos, callada pero con un silencio elocuente y lleno de significados. Y es que, aunque no lo parezca, de alguna manera, las piedras hablan. Las piedras de las catedrales nos hablan con su propio leguaje y, si les prestamos la necesaria atención, pueden transmitirnos multitud de mensajes y conocimientos. Pero su lenguaje no sabe de prisas ni es compatible con el stress de la vida moderna; es el leguaje pausado de quien acumula siglos de historia.

La existencia de una catedral siempre tiene un principio, un momento de trascendental importancia: la decisión de iniciar su construcción; una persona mortal que un día decide poner en pie una obra inmortal. Las catedrales son obras gigantescas, cuyo desarrollo se prolongaría durante varios siglos o que incluso quedarían inconclusas, que fueron iniciadas por la voluntad de un hombre, aún sabiendo que jamás vería culminada su obra y que tendrían que ser otros los que le dieran fin en un incierto futuro.

Para iniciar tamaña empresa, este hombre no podía ser cualquiera, tenía que tratarse de un hombre muy poderoso: por lo general, un rey o un obispo. En aquellos lejanos tiempos de la edad media, los obispos eran verdaderos señores feudales que gestionaban los amplios territorios de sus respectivas diócesis y administraban las cuantiosas rentas que sus bienes generaban.

No obstante por mucho poder que tuvieran los reyes o los obispos, no era suficiente para llevar a cabo la construcción de una catedral como obra individual o personal, sino que requería de la colaboración y participación de toda la población, ya que una catedral sólo es posible como obra colectiva de una ciudad y de un territorio. Solo desde la visión del esfuerzo colectivo es posible entender la magna empresa que representa la construcción de una catedral.

Por tanto, el monumento que hoy vemos no es otra cosa que el resultado del esfuerzo de nuestros antepasados, unidos por una fuerza y un interés común que se fundamentaba en su creencia religiosa. Como obra colectiva, la catedral se integra en el tejido urbano de la ciudad como una pieza de especial singularidad.

Su gran volumen introdujo importantes cambios tanto en el intrincado callejero medieval como en el paisaje de las ciudades, acabando por lograr la total transformación de las mismas. La presencia de una catedral supone un elemento de fuerte protagonismo en el paisaje urbano, que rompe la moderada escala vertical de los edificios existentes y con el que sólo compite, si acaso, el castillo o fortaleza, símbolo urbano del poder político.

Catedral y ciudad se presentan ante nosotros como dos realidades estrechamente enlazadas e indisolubles; ambas deben considerarse como obras colectivas, ya que fueron puestas en pié por un grupo social del que nos sentimos herederos. Ciudad y catedral pertenecen al colectivo de ciudadanos que en la actualidad las continúa usando y llenando de vida, que las reconstruye y las restaura, que las conserva y las cuida, como bienes muy preciados que debemos transmitir a las generaciones futuras.

Mientras tanto, disfrutemos hoy de la posesión colectiva de estos maravillosos bienes culturales y artísticos que son las catedrales españolas y acerquémonos si prisa para escuchar sus mensajes en este día festivo de las catedrales.

 

Secretaría General y Técnica
Red de Ciudades Catedralicias
 


Actualizado: 17.10.2011